Saber sentarse

El encanto lo tiene un cielo negro en el cine. Uno bajo el que no se pasea, solo se busca el acuerdo. Se reparten los tobillos y la palma cae sobre los reposabrazos.

El cine une en oscuridad. Es un pacto tácito, el derecho a la detención mutua entre quienes buscan, sin decirlo, sentarse lado a lado. Entre quienes dejan pasar a otros y se encuentran para igual ni siquiera tocarse imagen tras imagen.

El cine es un encuentro primerizo que acaricia una nuca de pelo ondulado, algo rojizo, y seca una lágrima con una risa suave, de fondo de garganta y de “estoy”. Y de te quiero. De principios, con final. Pero ahora.

Igual el cine lo pensaron para eso: para agarrarse al antebrazo del acompañante, relajado pero fuerte y seguro, atrás en la última fila, y acariciar la suavidad de los pelos que lo surcan. Para llegar a su mano y tomarla, y que sea el doble de grande que la tuya. Y que te acune la cara y te recoja. Y tú guardes el momento para siempre.

Igual el cine fue un beso. O fue muchos.

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