Señor con bastón

Un bastón atento gira sobre sí mismo. Adelante, medio círculo hacia la izquierda. Recto en su sitio. Tap tap en el suelo. Vuelta a girar.

Las manos que lo sujetan son recias. Cuando las tocas la piel es suave en las yemas de los dedos, rugosa alrededor de los nudillos, por los laterales. Son dedos anchos, con uñas grandes y alargadas, rectangulares.

El señor con bastón preside la mesa. Mayor, encorvado sobre sí mismo. La silla de madera es más alta que él y su boina. Está callado, no le gusta el ruido. En algún momento suelta un gruñido malhumorado ante el alboroto familiar. Luego llega alguno de sus nietos, el pizpireta chiquito, o el cariñoso alto, o la nieta con su alegría, o el segundo por la cola, con su temple y sonrisa tímida, y se le va el tono gruñón. Resopla, los mira fijamente y sonríe con media boca hacia la izquierda. Y entonces alarga el brazo, los agarra con la mano firme y los acerca hacia sí. Los mira unos segundos más que parecen parar el tiempo hasta que recuerda que tiene comida caliente en el plato y con una chapadita en la mejilla, donde pille, vuelve a comer.

No recuerdo bien la primera vez que vi al señor con bastón. Sí una intermedia, en una comida en medio del campo. Él, huido del gentío, sentado en un banco de piedra contra la pared de la iglesia que presidía el encuentro. Respirando paz. Buscando sonrisas.

Siempre me sugirió calma. Miraba y parecía que veía más allá, como aquella penúltima vez cuando me perdí en sus ojos. Me agarró de los brazos y me apretó fuerte, sonriendo.

–Quiere un abrazo –me dijo el nieto.

Lo abracé. Siguió sonriendo un poco más, me quitó la mirada y se fue a celebrar un cumpleaños en torno a la mesa. Yo salí contenta por la puerta, relamiéndome entre la nata y las fresas. Serena.

La última vez que lo vi fue hace un par de meses, en un vídeo. Estaba en su salón, contra un reloj de pared. La boina bien calada, mirada algo perdida y el bastón, girando sobre sí mismo, contra suelo de madera y su palma arrugada.

Mientras trasplanto este arbusto pienso en él, que hoy ya no es. Las hojas redondas, verdecitas, de muchos tonos; una pequeña luz en el día en el que se ha marchado.

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