Selva de cigarras

Tengo una bomba cargada en la mandíbula, ahí en el espacio entre la cara y el lóbulo de la oreja. Su timbre, es un tictac contrarreloj, resuena en mi tímpano: un pitido como canto de cigarra, errático, que se extiende hasta la frente por la sien y me baja por el cuello hasta la primera contractura de la espalda. Solo en la mandíbula derecha, aunque la inquietud desosegada me reviente todo el cráneo, lo habite inexorablemente. Por qué ya no, por qué yo todavía, por qué ya nada. Por qué cada puto despertar y cada puto amanecer aquí, en mi cabeza. Por qué aún, pero ya nunca. Y hoy es siempre todavía, de pasado presente y ausente al mismo tiempo.

Me recorre esta cigarra. Se asienta a sus anchas, lleva años aquí, y bate alas y despierta como buscando aparearse. Si no acierto con la bomba, si no agoto, entierro, resuelvo por un rato sus preguntas, llegan más bichejos. No la desarticulo, la cigarra está enojada, duele, pita, agota.

Ya no estoy aquí. Estoy en el monte, mi monte: un jardín errático, una selva de cigarras.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.