En el escaparate

En el escaparate hay un vestido azul. Dicen que ese color es el preferido de los psicópatas y de los que tienen a El guardián entre el centeno como libro favorito. Pero no es así. Es mi color favorito. Y ese es mi vestido favorito.

Lo pusieron el año pasado por abril, me llamó la atención al instante. Estaba sentada en la hierba, justo en frente de la boutique, escuchando a Serrat. Me cegó. No veía nada más, el vestido lo era todo. El lino de las mangas y del busto, la cuerda con el nudo de marinero justo debajo del pecho.

Quizás porque mi niñez
sigue jugando en tu playa
y escondido tras las cañas
duerme mi primer amor,
llevo tu luz y tu olor
por dondequiera que vaya,
y amontonado en tu arena
guardo amor, juegos y penas.

Acorté la distancia y terminé casi fusionándome con el ventanal acristalado.

Ese vestido era yo, yo era él.

Después de que apareciera empecé a ir a estar delante de la tienda todas las tardes. La luz era perfecta entre las tres y las cinco y media, el cristal estaba siempre limpio. Era el escaparate perfecto para el vestido perfecto.

Un día de junio -en nuestro aniversario de dos meses- lo fui a visitar, como en cualquier otro momento. Se me hizo un nudo en la garganta al ver que ya no estaba, pero no dejé de ir.

Hoy he vuelto a pasar, un año más tarde. Lo han vuelto a colocar en medio de esa vitrina, cuan trofeo traído de antaño. Esta vez me he dedicado a idolatrarlo, pero llevándolo puesto. No lo iba a dejar marchar de nuevo.

Ay, si un día para mi mal
viene a buscarme la parca,
empujad al mar mi barca
con un levante otoñal
y dejad que el temporal
desguace sus alas blancas.
Y a mí enterradme sin duelo
entre la playa y el cielo…

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